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Carmen, Cuento de Luz 2022

June 6, 2022

Ahora que llega a mis manos la edición en inglés de este libro y los ejemplares de su primera reimpresión, puede ser buen momento para compartir algo acerca de Carmen, un libro que ilustré con muchisimo placer a lo largo del verano de 2021.

Este proyecto nace de la colaboración entre la Compañía Nacional de Danza de España con la editorial Cuento de Luz, que nos convocó a Margarita del Mazo y a mí para poner palabras e imágenes a un álbum ilustrado inspirado en la coreografía de Johan Inger que la CND estrenó en 2015 (aquí, un tráiler del montaje).

Al proponerme Ana Eulate este trabajo me asaltaron dudas, esencialmente a causa del plazo de realización; sin embargo, mi familia y los amigos que me conocen bien insistieron en que debía llevarlo a cabo. La ópera de Bizet basada en la obra de Mérimée ha sonado con constancia en casa de mis padres y luego en la mía, mi hijo Íñigo tuvo la suerte de participar como integrante del coro infantil en la representación que tuvo lugar en Pamplona en 2010 (aquí), y yo misma he asistido a varios ballets y versiones de esta obra, desde la de Antonio Gades, en 1983, cuando era una adolescente. El ballet también es una de las artes que admiro, y la danza clásica o contemporánea me ha proporcionado un grandísimo disfrute, como espectadora sobre todo, pero también  en los remotos tiempos en que llegué a dar algunos pasitos.

Por todo ello fue emocionantísimo asistir en junio de 2021 al pase de Carmen previo a la representación del día 4 en Úbeda, atendiendo al espectáculo ya con la mente puesta en ese futuro álbum ilustrado que debía basarse en la coreografía de Inger y, por tanto, atender a sus motivaciones, que el coreógrafo explica en este breve vídeo.

Para entonces ya había esbozado algunos dibujos empleando diversos materiales –acrílico, lápices de color- con un trazo espontáneo y manteniéndome fiel a lo que había podido ver de este maravilloso montaje.

Primera prueba para Carmen

Mi primer acercamiento quería ser natural y libre, un poco como esa Carmen a la que iba a representar. En cuanto a los materiales, buscaba también la soltura de la pincelada en los fondos de acrílico blanco mezclado con acuarela, en el grafito aplicado con pincel y en las pocas pinturas de color que he empleado. Estas imágenes resultaron bien acogidas en la CND, y determinaron el camino que las ilustraciones iban a tomar en su acoplamiento al texto de Margarita.

Bocetos y materiales para Carmen

Ella y yo habíamos coincidido en el último curso de Marián Lario, “El quiebro en la ilustración”, que había justamente ejemplificado algunos recursos estilísticos refieriéndose a ellos como “quiebro tímido o quiebro Concha Pasamar” y “quiebro echao palante o quiebro Margarita del Mazo”. Pues hete aquí que ambas coincidíamos, asombradas, en esta nueva Carmen que nos fascinaba. Durante el proceso estuvimos en contacto constante, proponiendo, valorando, ajustando texto e imagen, disfrutando con los retos planteados por este encargo.

En lo que a mí respecta, he intentado mantenerme fiel al montaje y a las decisiones tomadas en él con respecto a la escenografía o el vestuario, y que, creo, ponen en valor el carácter universal de Carmen al diluirse lo más estereotipado y costumbrista. Hay en la Carmen de la CND una actualización en varios sentidos.

Así lo explica el escenógrafo Curt Allen:

El espacio escénico para esta nueva propuesta de Carmen se basa conceptualmente en la creación de una escenografía muy clara y limpia, definida por la sencillez y rotundidad de las formas, y por la honestidad visual de los materiales elegidos. Se busca la asociación de atmósferas mediante la reinterpretación de la novela original, evitándose cualquier tipo de estética costumbrista. Sevilla es un lugar cualquiera, la fábrica de tabacos es cualquier industria y los montes de Ronda representan un estado de ánimo al límite, que traducido al espacio se refleja como suburbios, ámbitos oscuros, escondidos o inseguros. 

La escenografía se sintetiza en 9 prismas móviles con tres caras diferentes cada uno, conducidos por los bailarines a través de la coreografía, y con los que se va articulando los diferentes espacios. Espacios limpios que no obstaculizan la lectura del discurso danzado, y que acentúan posibles lugares y posibles estados de ánimo sólo a través de la forma y del material.

Los clichés se transforman igualmente en el vestuario creado por David Delfín, bajo las consignas de Johan Inger de buscar “sobriedad, atemporalidad, contemporaneidad y un sutil acercamiento a la década de los 60 […] Su idea es crear una nueva Carmen, huyendo de los estereotipos estéticos de la obra y de la época, desdoblando y trasladando sus personajes a una especie de equivalente contemporáneo.

De esta forma, los militares se acercan a otra forma estética de poder, como podrían ser los ejecutivos. El torero, la estrella de la obra, estaría más cercana a una estrella de cine o de rock…

Este simbolismo se ve reforzado por personajes metafóricos. Los gitanos, seducidos por los encantos de las cigarreras que despiertan sus instintos animales, se transforman casi en perros. La ingenuidad, la pureza, la bondad y el misterio humano lo representa un niño, una presencia andrógina que se va oscureciendo durante el transcurso de la obra. La violencia y la frustración se traducirá en “sombras”, personajes que irán tomando más presencia y protagonismo en la segunda parte de la obra“.

 Con estos mimbres, la responsabilidad era enorme, pero, al mismo tiempo, contaba con modelos maravillosos, con los que trabajé visionando una y otra vez la representación, de donde pude tomar numerosos planos que combinar con las imágenes que el texto de Margarita del Mazo sugería a partir de la polisemia de dragón o del pájaro de la habanera.

Por otra parte, habiendo optado por la fidelidad al montaje y la posibilidad de apuntar a estas figuras del texto, consideré la posibilidad de introducir a línea, esquemáticamente, los elementos esenciales para dar las claves sobre los escenarios donde la acción transcurre: la ciudad, la fábrica o la taberna.

El resultado se presentó en la sede de la CND con motivo del Día escolar de la paz y la no violencia, el 30 de enero, y fue un placer inmenso asistir a esta lectura de la obra, a la que la compañía dio un carácter plenamente inclusivo y que puede escucharse y verse íntegramente en este ENLACE.

Como se indica en la sinopsis del libro, este

retoma los temas universales de la obra original desde la mirada inocente de un niño.

Danza y obra literaria quieren conducir a la reflexión sobre las interpretaciones y malinterpretaciones del amor, así como al rechazo de cualquier clase de violencia

 Agradezco muy sinceramente a Cuento de Luz y a la CDN la posibilidad de haber podido realizar las ilustraciones para este álbum y de disfrutar de una manera tan completa , junto con Margarita del Mazo, en todas y cada una de las etapas de su creación.



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PEQUEÑO CUADERNO DE OTOÑO

November 11, 2020

Había en mi colegio, Notre Dame, un huerto con un pozo, una pérgola de ladrillo a la que se encaramaba una hermosa rosaleda que florecía allá por mayo, setos frondosos bajo los que se afanaban las hormigas y otros insectos, un corredor de cipreses junto al muro sobre el que alguna vez vimos un gato negro que pasó a ser personaje de algunas fantasías colectivas. Había incluso una piscina de donde rescatamos una “picaraza” en un recreo del comedor y había varios castaños de indias que reflejaban con claridad meridiana el ciclo estacional. Había también maestras con pantalones de campana y monjas ya sin toca en los setenta; había ganas de enseñar desde el afecto y con cariño, en un ambiente de familia y libertad; había profes que en su tiempo libre nos llevaban de acampada, largos paseos por los bosques del pirineo francés, constantes ocasiones para el descubrimiento.

Colegio Notre Dame (Burlada, Navarra) y algunas de nuestras maestras, años 70.

Colegio Notre Dame (Burlada, Navarra) y algunas de nuestras maestras, años 70.

Hoy, en el tiempo de los polideportivos y las pistas equipadas con canasta y porterías, queda algo del jardín y quedan, eso sí, los castaños, también presentes en el que fue hasta hace poco el colegio de mis hijos, o en la calle, frente a mis ventanas. Los primeros meses del curso estaban marcados por la caída del fruto, las guerras de pilongas, su sabor amargo -ese empeño por probarlas-, los juegos sobre los montones de hojas muertas, las lluvias y los saltos en los charcos que se formaban bajo aquellos árboles imponentes. Tras la desnudez del invierno, el regalo de su fronda y luego el de sus flores arracimadas, que las lluvias de primavera desparramarían por el suelo del patio. Y luego el verano, cuando dejábamos de saber de ellos para encontrarlos de nuevo, cargados de erizos verdes, el septiembre siguiente. No es casual que al abrir Tiempo de otoño aparezca, en sus guardas iniciales, una castaña desvistiéndose de su áspero abrigo.

Nuestra clase de cinco años, con nuestra queridísima maestra, Ángeles Atorrasagasti, 1972.

Nuestra clase de cinco años, con nuestra queridísima maestra, Ángeles Atorrasagasti, 1972.

Estaba también la vida en el pueblo, la libertad de la calle, el juego libre, la aventura de adentrarnos en paisajes nuevos, cada vez más distantes. Estaban algunos sábados de otoño, cuando mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí hacia el norte -imagino a mi madre embarazada de mi hermana-. Recuerdo las pendientes boscosas, el silencio; no tanto si encontramos muchas setas, pero sí sus instrucciones sobre dónde mirar, el boj bajo, el bastón apartando las matas y, muy vagamente, la visita a algún caserío donde él, que abastecía de abono a tantas personas de tantos lugares, se manejaba en un ambiente conocido. Tras la humedad del bosque, una casa enorme, algo oscura, el fuego del hogar antiguo, la tarima vieja y el olor a humo… tal vez hubiera un tazón de leche.

Probablemente recordaría todo mejor si hubiera tenido un pequeño cuaderno donde registrar algo de todo aquello o de otras muchas experiencias de la infancia. Tendría luego un diario, sí, que no rellené hasta mucho más tarde, y que aún más tarde rompí. Recordaría todo aquello, como mis hijos son capaces ahora de recordar tantos detalles gracias a sus “diarios”: sencillos cuadernos en A4, sobre los que a menudo comenzaban a escribir o dibujar a regañadientes, y para los que sugerí mil temas, además de los que ellos eligieron. La envidia de esos cuadernos también tuvo que ver en mi vuelta a los lápices.

Ascenso a los Alanos, en el Pirineo oscense, en versión de Íñigo, 8 años.

Ascenso a los Alanos, en el Pirineo oscense, en versión de Íñigo, 8 años.

Digamos que mis hermanos y yo fuimos un eslabón roto en una actividad que mi madre, en cambio, había practicado, al menos durante un viaje a Austria a los 18 años. Para una chica de pueblo que apenas había variado de escenario (de Gallur, en la ribera zaragozana del Ebro, al internado en Oronoz-Mugaire, a las puertas de Baztán, y luego a la escuela de magisterio), un trayecto de tal envergadura se afrontaba entonces como el viaje de la vida. Luego me contaría anécdotas e impresiones, mientras pasábamos juntas aquellas páginas que también explicaban la presencia en casa de mis abuelos de una vieja fotografía donde sonreía repeinado y de tres cuartos un jovencito rubio, Bertl.

Del Cuaderno de Austria de mi madre, que sonríe con el vestido floreado que le cosió la suya.

Del Cuaderno de Austria de mi madre, que sonríe con el vestido floreado que le cosió la suya.

Por todo esto, cuando bookolia me sugirió la posibilidad de crear algún material descargable en torno a Tiempo de otoño, inmediatamente pensé en aquellos cuadernos de mis hijos, para los que tenía ya el hábito de sugerir, pero en los que me encantaba la libertad para realizar una actividad creativa, apenas pautada, que a veces nos llevaba de la vida al cuaderno y otras en la dirección inversa. Allí quedaron registrados la manera de plantar un rosal, algunas líneas sobre películas, conciertos o libros, la receta ilustrada de un plato favorito, algunos paseos, los viajes, y mil pequeños detalles de su vida a lo largo de varios años.

Una tarde de verano en el patio en versión de Martín, 11 años.

Una tarde de verano en el patio en versión de Martín, 11 años.

Por eso pensé en el tipo de sugerencias que hubiera hecho para mis hijos en torno a la estación y los temas que se recogen en el álbum, de manera que la lectura Tiempo de otoño también pudiera ampliarse y conducir a quienes la compartieran directamente a la observación, la sensación, la vivencia.

Y con esa intención se ha preparado este conjunto de propuestas (accesibles mediante el QR de la contracubierta) en las cuatro lenguas en que se ha publicado el libro; propuestas que se articulan en torno a algunos temas presentes en él, porque el otoño es el tiempo en que las hojas cambian su vestido, en que los animales despliegan su actividad, tiempo de paseos, época de recolección, de encender nuevamente el horno, de imaginar; también de compartir hogar.

Para cada uno de estos siete grandes temas se apuntan varias posibilidades de interior y de exterior que pueden terminar reflejadas en un pequeño diario de otoño, para el que bookolia ha maquetado con gusto este documento que ofrece en su parte final algunas fichas de las que podrán servirse quienes prefieran imprimir algunas plantillas a crear de manera más abierta en un cuaderno.

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Además, entre las numerosas actividades de estas páginas -que hago desde la experiencia personal y la intuición, sin otras pretensiones-, he preparado también una playlist que, vinculada aquí a la propuesta que invita a la imaginación, podría acompañar igualmente cualquiera de las restantes. Contiene 21 piezas que me encantan y que espero que os inviten también a conocer algo más de la obra de sus autores e intérpretes.

De todo ello, pues, podrán servirse -o no- quienes lean Tiempo de otoño.

En familia o en el aula, a partir del libro o prescindiendo de él, sería hermoso que estas sugerencias dieran pie a la observación, la curiosidad y la vivencia, que propiciaran momentos que pudieran transformarse en recuerdos a los que un día más o menos lejano agrade retornar para recuperar aquellos instantes que tuvieron su significado, no por sencillo menos valioso.













In books, libro, music, música, proceso de trabajo, work process, álbum ilustrado, picture book Tags procesos, work, decubrimiento, discovery, naturaleza, nature
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Tiempo de otoño, bookolia 2020

October 4, 2020

El tiempo es silencioso, casi siempre avanza de puntillas, invisible, y entonces todos los días se parecen. Pero a veces le gusta dejarse ver, y hace guiños cambiando la luz de la mañana, tiñendo levemente el aire.

Ese leve cambio en la luz del atardecer, el ligero estremecimiento que causa un soplo de brisa más fresco, un nuevo matiz en el tono de las hojas…: hay pequeñas señales a nuestro alrededor que hablan del fluir de los días. En su susurro casi inaudible son a veces capaces -basta con mantenerse alerta- de guiar nuestra atención hacia el humilde milagro de lo cotidiano.

De ahí el comienzo de este librito que llevaba seis años (¡seis años ya…! ) casi terminado, porque este sí había sido mi primerísimo proyecto de álbum ilustrado, surgido en 2014 en mi segundo curso con Marián Lario, con quien había probado previamente la experiencia de un módulo breve. En aquellas dos semanas centradas en la composición de la doble página había disfrutado muchísimo, y había obtenido una enseñanza esencial sobre el estilo. No detallaré aquí los caminos por los que llegué a ella; digamos simplemente que vi con claridad que me sentía más cómoda y más honesta si simplemente me dejaba llevar por mi manera natural de hacer las cosas, que implicaba una dosis alta de realismo, otra baja de color, una técnica que me agradase y mi trazo natural, que es expresivo

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Todo ello se da cita en este proyecto, que, al igual que el anteriormente publicado como autora completa, nació sin pensar en una eventual edición. Por eso este es, nuevamente, un álbum íntimo, que en realidad no narra sino un par de días de mi estación favorita, aquella que desde que tengo memoria del fluir del tiempo marca el inicio del ciclo anual. Como para otras muchas personas, tras el verano, septiembre señala para mí la renovación del año. Reanudar la vida escolar, estrenar libros, lápices y cuadernos, mientras la naturaleza alrededor se ralentiza, traía de niña y sigue trayendo ahora la sensación de entrar en una rutina reconfortante que tiñe el exterior de tonos cálidos y se vive también de puertas adentro, al calor del hogar. En mi caso, además, la sensación se refuerza porque mi cumpleaños es el 23 de septiembre, de manera que esa renovación anual se da a menudo literalmente coincidiendo con el equinoccio de otoño.

Así, al plantear el tema del que sería mi proyecto en aquel curso de álbum, recurrí directamente a mis vivencias: no solo a las de mis recuerdos infantiles, sino también a las que había experimentado y vivía entonces, justo en un momento en que veía llegar a su final la infancia de mis propios hijos, que al comenzar este trabajo tenían 15 y 12 años respectivamente. Hay mucho, pues, de mis impresiones de niña ante la nueva estación y lo que traía (esa entrada en un ciclo nuevo, la casa como refugio, el patio del colegio, el misterio del bosque en los paseos con mi padre) y mucho también de aquello que ahora observaba desde el papel adulto: el placer de cocinar, dibujar o leer juntos, de salir a buscar setas o comprar un cucurucho de castañas, o el calor del hogar compartido mientras cada cual se ocupa en su propia tarea, esa sensación tan maravillosamente reconfortante que a veces me estremece aún.

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Sin embargo, aunque basado nuevamente en mis propias vivencias, creo que Tiempo de otoño es a la vez un álbum atemporal que se detiene en la belleza de los momentos aparentemente insignificantes y que, desde esa mirada atenta, anima sutilmente a vivirlos con intensidad.

Esa consciencia de lo pequeño que consigue suspender la fugacidad del instante se muestra aquí en un breve itinerario por los estímulos y sensaciones que la llegada del otoño provoca en la protagonista. Los cambios en el entorno y la naturaleza, que modifican también nuestras rutinas diarias, se presentan en la combinación del texto con imágenes en las que los colores se dosifican sobre el dibujo a carboncillo. La paleta cálida y la técnica natural buscan reforzar formalmente el sentido de los textos que, sin mencionarlo, apuntan al hecho de que vivir es un recorrido en el tiempo, y este no es sino una sucesión de pequeños presentes llenos de sentido.

(Y sí, de nuevo ese fluir constante del tiempo, la voluntad de conservar los momentos que tiende a ser recurrente como tema de fondo en lo poco que escribo… )

Muchos escenarios y personas serán reconocibles para quienes me conocen o comparten mis paisajes cotidianos: las calles de esta pequeña ciudad en que habito desde siempre, los caminos y bosques de la Valdorba que tanto he transitado, los objetos de mi casa, mi familia (en especial mi sobrina Martina e Íñigo). También hay aquí, pues, altas dosis de autoficción, que no impedirá, creo, que los lectores se identifiquen con la protagonista, una niña corriente que simplemente observa con atención y vive con intensidad aquello que la rodea en cada instante.

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En la lista de agradecimientos debo mencionar a mi familia, la que en su momento componíamos mis padres, mis hermanos y yo: ese núcleo en que fui sencillamente feliz y que sin duda asentó mis actitudes esenciales ante la vida, también la atención a lo bello sin pretensiones de serlo. Pero este libro surgió sobre todo desde mi propia familia, donde esas sensaciones de pertenencia abierta se han prolongado y han revivido en nuestras propias rutinas, heredadas o nuevas, y en la que soy también, de otra manera, aunque igualmente sencilla, feliz.

Gracias, por supuesto, también a Luis Larraza, de bookolia, que ha vuelto a confiar en mí y en este proyecto que, como en la anterior ocasión, le había presentado en bruto pidiendo consejo sobre si merecería la pena terminar de ilustrarlo. Tampoco tardó esta vez su respuesta (“me lo quedo”). Ha sido, como en veces anteriores, fácil y bueno compartir pareceres sobre un trabajo que, pese a estar prácticamente cerrado, ha ganado con sus observaciones, especialmente en torno a lo que quedaba por fijar, el envoltorio último del libro, que no es nada irrelevante, y el Pequeño cuaderno de otoño, también salpicado de ilustraciones, para quien desee ampliar su experiencia lectora en su entorno a través de estas sugerencias accesibles mediante QR. También le agradezco su apuesta por la edición en catalán, gallego y euskera, que hará sentir a muchos lectores más cercano lo que se cuenta en sus páginas. Y ahí va de nuevo, junto al agradecimiento a Xavier Basora y Maruxa Zaera, la mención especial a Itziar Diez de Ultzurrun; no solo es un lujo contar con su versión experta, sino que ha sido una alegría retomar -desde el ámbito del álbum ilustrado, quién nos lo hubiera dicho ;)- las buenas costumbres de la amistad a la que nos habían conducido hace ya tanto otros libros.

Gracias también a quienes acompañaron en su primera fase este proceso, a Marián y colegas de los cursos, y a quienes conforman esa red de personas que sostiene de uno u otro modo -con su maestría y saber, su opinión y su consejo, su aliento y su lectura- esta labor creativa a veces tan solitaria.

Aparece este libro en un otoño especial -en una primavera diferente, en el otro hemisferio-, en un otoño raro y también enrarecido, lleno de incertidumbres, también de posibilidades. Cuando fijamos la fecha de su publicación no podíamos imaginar que las miradas se volverían, por necesidad de aliento o por pura limitación, hacia el valor extraordinario de lo cotidiano: la luz de la tarde bañando nuestra casa, el canto de los pájaros, la nervadura de una hoja, la compañía y el calor de aquellos a quienes amamos.








 
















In books, libro, álbum ilustrado, Lij Tags álbum ilustrado, picture book, carboncillo, charcoal, pastel, infancia, otoño

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